Nación Pachamama

22 de mai de 2019

Gabriela Mistral, poeta de la Pachamama

Esta es ella, esta es su voz, estas las ráfagas de sus sentires:

Sol del trópico
 
Sol de los Incas, sol de los Mayas,
 
maduro sol americano,
 
sol en que mayas y quichés
 
reconocieron y adoraron,
 
y en el que viejos aimaraes
 
como el ámbar fueron quemados.
 
Faisán rojo cuando levantas
 
y cuando medias, faisán blanco,
 
sol pintador y tatuador
 
de casta de hombre y de leopardo.
 
Sol de montañas y de valles,
 
de los abismos y los llanos,
 
Rafael de las marchas nuestras,
 
lebrel de oro de nuestros pasos,
 
por toda tierra y todo mar
 
santo y seña de mis hermanos.
 
Si nos perdemos, que nos busquen
 
en unos limos abrasados,
 
donde existe el árbol del pan y                 
 
padece el árbol del bálsamo.

Piececitos
 

La preocupación social era común en la intelectualidad latinoamericana de la primera mitad del siglo XX. Más aun en Gabriela Mistral, quien además de poeta fue una educadora insigne, y colaboró con el diseño educativo de su país y con el de México.

En este poema, Mistral se pasea por la mirada compasiva hacia los niños pobres y abandonados de los que sus piececitos, pequeños y desnudos, son imagen. La poeta se pregunta cómo es posible que nadie los note, que nadie haga nada por ellos...

Piececitos de niño, 
 
azulosos de frío, 
 
¡cómo os ven y no os cubren, 
 
Dios mío! 
 

 
¡Piececitos heridos 
 
por los guijarros todos, 
 
ultrajados de nieves 
 
y lodos! 
 

 
El hombre ciego ignora 
 
que por donde pasáis, 
 
una flor de luz viva 
 
dejáis; 
 

 
que allí donde ponéis 
 
la plantita sangrante, 
 
el nardo nace más 
 
fragante. 
 

 
Sed, puesto que marcháis 
 
por los caminos rectos, 
 
heroicos como sois 
 
perfectos. 
 

 
Piececitos de niño, 
 
dos joyitas sufrientes, 
 
¡cómo pasan sin veros 
 
las gentes!

Yo canto lo que tú amabas

En este poema, la poeta recurre a la voz como imagen de un itinerario de pistas que el sujeto amado debe seguir para encontrarla. La voz es ella misma, la presencia. Hacer sonar su voz, sus cantos, y poner en ella la memoria de las cosas amadas por el otro, es el camino seguro para el reencuentro. La enamorada espera a que este rastro vocal, este hálito sonoro que es el canto, sea el eco de sirenas que atrae al navegante.

Yo canto lo que tú amabas, vida mía, 
 
por si te acercas y escuchas, vida mía, 
 
por si te acuerdas del mundo que viviste, 
 
al atardecer yo canto, sombra mía. 
 

 
Yo no quiero enmudecer, vida mía. 
 
¿Cómo sin mi grito fiel me hallarías? 
 
¿Cuál señal, cuál me declara, vida mía? 
 

 
Soy la misma que fue tuya, vida mía. 
 
Ni lenta ni trascordada ni perdida. 
 
Acude al anochecer, vida mía; 
 
ven recordando un canto, vida mía, 
 
si la canción reconoces de aprendida 
 
y si mi nombre recuerdas todavía. 
 

 
Te espero sin plazo ni tiempo. 
 
No temas noche, neblina ni aguacero. 
 
Acude con sendero o sin sendero. 
 
Llámame a donde tú eres, alma mía, 
 
y marcha recto hacia mí, compañero.

Caricia

Gabriela Mistral escribió una serie de poemas con evocación infantil, inspirados en la labor docente que por años realizó. Mistral evoca en este la imagen de la madre y sus caricias de protección absoluta. En los brazos de la madre el niño yace seguro, tranquilo.

Madre, madre, tú me besas, 
 
pero yo te beso más, 
 
y el enjambre de mis besos 
 
no te deja ni mirar... 
 

 
Si la abeja se entra al lirio, 
 
no se siente su aletear. 
 
Cuando escondes a tu hijito 
 
ni se le oye respirar... 
 

 
Yo te miro, yo te miro 
 
sin cansarme de mirar, 
 
y qué lindo niño veo 
 
a tus ojos asomar... 
 

 
El estanque copia todo 
 
lo que tú mirando estás; 
 
pero tú en las niñas tienes 
 
a tu hijo y nada más. 
 

 
Los ojitos que me diste 
 
me los tengo de gastar 
 
en seguirte por los valles, 
 
por el cielo y por el mar...
HoLoN PoéTiKo

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